Por Victoria O´Donnell
La presencialidad cuesta y la oferta de ayuda rápida y asequible gana terreno. ¿Son efectivas y seguras estas herramientas?
En la era digital, la tecnología ha permeado prácticamente todos los momentos y necesidades de nuestra vida cotidiana, incluida la búsqueda de tratamientos en salud mental. Con más de 10.000 aplicaciones disponibles y numerosos obstáculos para acceder a la atención en salud mental de manera presencial, especialmente en poblaciones de menores ingresos (a quienes se les suman las barreras económicas además de la estigmatización), la oferta de ayuda rápida y asequible se vuelve sumamente atractiva. Sin embargo, surge la pregunta: ¿son estas herramientas verdaderamente efectivas y seguras?
A pesar de su gran potencial, muchas aplicaciones son desarrolladas por startups o empresas que carecen de los protocolos de desarrollo que requieren el involucramiento de profesionales de la salud mental (se estima que menos del 2% cuenta con estudios clínicos aprobados que respalden su eficacia). Durante la pandemia, en Estados Unidos la regulación de la Food and Drug Administration (FDA) se volvió más laxa para poder sortear las barreras físicas del contexto, aumentando como efecto colateral la preocupación sobre la calidad y validez de estas herramientas (está en debate si se retrocede en la medida).
Antes de la pandemia, las aplicaciones tenían que ser más conservadoras en los claims/afirmaciones o promesas de valor que tenían mientras que ahora pueden, con muy poco, posicionarse como tratamientos o sustitutos de atención. Es decir, aplicaciones que antes solo se podían promocionar como instrumentos de “wellness” o de bienestar, luego de la pandemia pueden usar términos médicos o psicológicos como ansiedad o depresión, así como también hacer mención a tipos de terapia (cognitiva, gestáltica) y prometer un resultado esperado (reducción de síntomas por ejemplo).
En un escenario de baja accesibilidad, y baja calidad de información para la toma de decisiones, los jóvenes, nativos digitales por excelencia, son especialmente vulnerables a los riesgos de este tipo de propuestas si no son debidamente desarrolladas y evaluadas. El peligro de que se utilicen esos datos indebidamente, o se filtren por una seguridad deficiente, y se puedan usar para decidir sobre la empleabilidad, el valor del seguro o simplemente exponer la vida íntima de una persona de manera pública sin un consentimiento informado es aterrador y posible.
Mientras los profesionales de la salud mental enfrentan estrictas regulaciones y sanciones en su ejercicio, y los datos de salud son considerados sensibles por la legislación nacional, las sugerencias de descargas están basadas en las calificaciones en Apple Store y Google Play, donde lo que se pone en juego es la bondad de ajuste al algoritmo de posicionamiento, el marketing y los recursos invertidos.
La seguridad, eficacia, anonimización, mantenimiento, robustez e integración con los sistemas sanitarios deberían ser algunos de los criterios que permitan identificar y priorizar los desarrollos responsables.
Las aplicaciones de salud mental pueden ser un aliado clave permitiendo y fortaleciendo la aplicación diaria de estrategias indicadas contra los padecimientos por parte de los profesionales y ofreciendo disponibilidad y atención continua, entre otras ventajas. Ya existen aplicaciones desarrolladas con muchísima responsabilidad y casos de éxito tanto a nivel nacional, con honrosos representantes, como a nivel internacional. También se están construyendo marcos de regulación y de evaluación muy interesantes y responsables. Es inicuo entonces también para esas iniciativas rigurosas que no se haya conseguido aún implementar el ecosistema necesario para poder ordenar este universo.
Tanto el usuario como los profesionales de la salud, deben tener las herramientas para poder distinguir de manera eficiente entre aquellos desarrollos que aportan beneficios en un tratamiento y aquellos que desalientan la atención o presentan riesgos a nivel seguridad e impacto. De ese modo, entonces, los responsables de la atención en salud mental podrían decidir si les resulta útil incorporar alguna aplicación como complemento del tratamiento o también alertar sobre su uso (imprescindible en un escenario de adopción masiva de inteligencia artificial generativa en forma de chatbots que se alimentan de tecnologías como GPT, Bard o similares sobre las que existe aún un entendimiento incompleto).
Argentina lidera mundialmente en cantidad de psicólogos por habitante (200 cada 100.000) con lo cual tiene un gran potencial para abordar esta problemática. Incluir profesionales de la salud y usuarios desde el desarrollo, la implementación hasta el seguimiento bajo un marco regulatorio claro y atento es necesario para que sea una intersección virtuosa entre tecnología y salud. Aunque a priori suene un tema de nicho, cómo se lidia con los padecimientos o los malestares psicológicos en un contexto de coexistencia continua de lo digital y lo analógico se vuelve ubicuo, importante y urgente.
Como en muchos otros temas, la normativa y concientización suelen correr por detrás de la hipervelocidad de lo que se denomina la era exponencial. Sin embargo, dado el resguardo que les debemos a la población joven de poder desarrollarse con el derecho a la intimidad y el resguardo de su privacidad (como tuvimos, en parte, los que crecimos analógico), como también a entornos de prevención y tratamiento que preserven su bienestar, la preocupación y gestión de riesgos de estos temas no pueden demorarse mucho más. La acción conjunta del Estado, de las organizaciones, universidades, sociedad civil y regiones es esencial para poder hablar francamente del mayor secreto a voces que es la problemática de salud mental en sus distintas expresiones.
El rol del Estado: algunas alternativas
Además de poder propiciar las conversaciones pertinentes para la prevención, promoción y tratamiento oportuno, con un adecuado marco en la esfera digital existen por lo menos 3 modelos de involucramiento desde el Estado que pueden coexistir:
- Que el Estado pueda tener desarrollo propio de aplicaciones, como en algunas regiones de Corea del Sur y Estados Unidos;
- Modelos mixtos de reintegro donde el Estado o las obras sociales realizan devoluciones por el costo de las aplicaciones aprobadas si son pagas como si fuera una prestación más, como sucede en Alemania;
- Desarrollos privados sin integración estatal, como ocurre en la mayoría de los países, por el momento.
No importa por cual se decida, en todas las expresiones es necesario una normativa clara y un monitoreo constante, como también un consenso social y político de poder problematizar estas temáticas y abordarlas con los recursos necesarios y conocimientos pertinentes.
La salud mental, una problemática social
La influencia del entorno en muchas de las aflicciones psicológicas hace que las ciencias sociales no puedan ser ajenas a los debates que se dan sobre las subjetividades y la forma en la que se padecen y se abordan. No por nada, uno de los libros fundacionales de la sociología trata el suicidio como fenómeno social y corona a Durkheim como uno de los principales referentes de la ciencias sociales cuantitativas.
Poder individualizar el tratamiento es un abordaje lógico. Sin embargo, no es posible dejar de lado la lectura sobre los condicionantes sociales y culturales del malestar ni las transformaciones a nivel comunitario. Cargar a una persona de manera individual con toda la carga y el costo que en muchos casos expresan las fricciones que la rodean sin evaluar el ambiente que se le propicia a nivel social es cuanto menos injusto para quien lo padece. Esto nos lleva a preguntarnos si los entornos que generamos y sostenemos (desde el aspecto más material del urbanismo y sus parques hasta lo más etéreo de lo simbólico y las representaciones culturales) son promotores de buena salud mental y propician el tratamiento y la recuperación.
La discordancia entre la relevancia del tema a nivel individual, en charlas íntimas o de círculos cercanos, y su lugar en la agenda pública es llamativa. Mucha gente oculta que toma medicación o que tiene algún diagnóstico o simplemente que le cuesta lidiar con las circunstancias y no se siente “funcional” en las expectativas propias y/o sociales. Como cientistas sociales esa brecha es en sí misma un fenómeno que despierta alertas y la necesidad de examinarlo con más detenimiento. Incluso grupos muy abiertos e inclusivos con otras temáticas en salud mental muchas veces caen, y caemos, en estigmas o tabúes que no se corresponde con el resto de nuestra mirada sobre lo social ni con la prevalencia que tienen estos problemas a nivel mundial.
Junto al feminismo, el ambientalismo y la búsqueda por mayor equidad, la lucha por una mejor promoción y atención en salud mental son andamiajes claves y necesarios para todo desarrollo sustentable e inclusivo en nuestros tiempos. La perspectiva tanto de las ciencias sociales como desde la tecnología son dos miradas que no pueden quedar afuera de las reflexiones sobre las transformaciones que necesitamos en esa dirección.
Fuente: Cenital