Por Mercedes Muñoz Cañas SINC.
Gran parte de los avances en producción agrícola se lograron casi sin evaluación de la pérdida de ecosistemas. En las últimas décadas se ha conseguido una mayor disponibilidad de alimentos, al tiempo que aumentaban amenazas como la erosión o la salinización, pero las nuevas estrategias europeas comienzan a considerar el suelo como un sistema vivo que establece relaciones con las especies que lo habitan.
La biodiversidad que habita el suelo desempeña un papel fundamental —pero aún poco conocido— en la conservación de multitud de beneficios que la naturaleza aporta a la sociedad (los llamados servicios ecosistémicos) y que son esenciales para la agricultura y la producción de alimentos.
Sin embargo, la mayor parte de los avances en producción agrícola se han logrado, y muchos de ellos continúan obteniéndose, casi sin evaluar la pérdida de biodiversidad de los suelos, en gran parte por un claro desconocimiento de la situación.
Si bien es cierto que muchos de estos progresos desde los años 50 han hecho aumentar la productividad y disponibilidad de alimentos, también lo es que han comprometido la salud del suelo incrementando, en algunos lugares, amenazas como la erosión o la salinización y, en la mayoría, disminuyendo el número de especies que lo habitan.
Según fuentes oficiales como la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) o el IPBES (Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services), el cambio climático y las actividades humanas —entre ellas, una mala gestión de las prácticas agrarias— están conduciendo a una pérdida de la biodiversidad y sus funciones a una ratio estimada actual de extinción de entre 100 y 1.000 veces mayor de la que pudiera ser considerada natural.
Si nos centramos en el suelo, es importante destacar que se trata de un elemento esencial del capital natural, que alberga a aproximadamente el 25 % de la biodiversidad planetaria y, según la FAO, provee de manera directa o indirecta el 95 % de los alimentos que comemos.
Actualmente solo conocemos un 1 % de esa biodiversidad, que reúne a las especies en una intrincada relación multifuncional que contribuye a muchos de los servicios que provee el suelo. Además, y empleando los últimos datos aportados por la FAO, parece que el suelo se está perdiendo a un ritmo de entre 13 y 18 veces más rápido de lo que se está formando. En dicha pérdida, se incluyen millones de seres vivos que viven en esos ecosistemas.
Si observamos las nuevas estrategias europeas que están en marcha —como la de Biodiversidad, la de ‘La granja a la mesa’, la de Economía Circular o la del Suelo—, sin dejar de tener en cuenta la actual necesidad de reducir la entrada de insumos como fertilizantes y pesticidas, podemos ver cómo el cambio que necesitamos está empezando a ocurrir.
Aunque aún quede un largo proceso por delante, el suelo está pasando de ser visto como un mero proveedor de sustrato y nutrientes para los cultivos, a un sistema complejo y vivo que establece una intrincada y compleja relación entre los mismos y la red de especies que lo habitan.
Afortunadamente, desde hace aproximadamente una década, la biodiversidad del suelo ha empezado a cobrar más importancia y se están dedicando esfuerzos al estudio y comprensión de su estado de salud y, en consecuencia, en el correcto funcionamiento de los paisajes agrarios.
Para conseguir la sostenibilidad y la resiliencia de los campos, es necesario entender las funciones que realiza el suelo, mejorar la gestión y, sobre todo, comprender el rol que juega la biodiversidad que allí existe, dándole la relevancia que merece en cuanto a su función, así como a lo esenciales que resultan los procesos de los que dependen los sistemas agrarios.
El suelo y su biodiversidad, a través de prácticas sostenibles, pueden llegar a ser una ‘solución basada en la naturaleza’ y, en línea con la definición de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), una práctica que se apoya en el ecosistema y en los servicios que provee, para responder, en este caso concreto, al desafío de la seguridad alimentaria.
Para ello hay que mejorar el conocimiento, valorar cómo los cultivos interaccionan con la biodiversidad de suelo y evaluar las características y estructura de las redes de organismos que forman parte de él para así lograr una resiliencia de los campos agrícolas que asegure la estabilidad del sistema a largo plazo.