Una historia de cohetes: el desarrollo aeroespacial en Argentina

POR Federico Pavlovsky para AGENCIA DE NOTICIAS CIENTÍFICAS UNQ

En este informe, Federico Pavlovsky realiza un repaso minucioso para conocer de qué manera el modelo de país subyacente condiciona la promoción de la ciencia y la tecnología.

Desde 1957 con el lanzamiento del primer satélite al espacio (Sputnik) hasta 1989 con la caída del muro de Berlín, la Guerra Fría se trasladó al espacio con el lema “quien domine el espacio dominara el mundo”. En la historia de desarrollos aeroespaciales, no solo se trató de cumplir aquello que Julio Verne soñó en 1865, sino en construir un nivel de desarrollo tecnológico que los demás respeten e incluso teman, y esta es una de esas historias.

Ilustración de la obra de Julio Verne “De la tierra a la luna”. | Créditos: loresumo.com

Luego de algunas décadas de relativa calma, con el envío de sondas a Marte como evento más destacado, personajes como Elon Musk (Space X), Jeff Bezos (Blue Origin) y Richard Brandson (Virgin Galactic), la agenda aeroespacial ha retornado a los grandes titulares. Por estos días, el satélite argentino Saocom 1B está cumpliendo su primer año en órbita y se acaba de firmar un convenio entre la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la Plata (UNLP) y la empresa nacional Veng para fabricar el lanzador de satélites Tronador II.

En otro ejemplo de la capacidad logística de los estudiantes y científicos argentinos, el próximo 20 de diciembre la empresa SpaceX con su cohete Falcon 9 lanzará microsatélites -pesan menos de 500 gramos- creados en su versión prototipo por alumnos de una escuela técnica marplatense. Pero el desarrollo de la cohetería nacional y la idea del acceso al espacio como una política de Estado, implica destacar al menos algunos acontecimientos curiosos que forman parte de la historia reciente.

Lanzamiento del satélite Argentino SAOCOM® 1B, desarrollado y construido por la CONAE con la participación de las empresas VENG e INVAP y organismos Nacionales como la CNEA. | Créditos: veng.com.ar

Malvinas y una historia de espías

Un día después del desembarco de las tropas argentinas en Malvinas, los técnicos que se encontraban en el país para calibrar los misiles Exocet, comprados meses antes a Francia, se retiraron rápidamente del país y los dejaron “inutilizables” ya que era imprescindible efectuar un diálogo electrónico entre el avión francés Super Étendard y dicho misil. En una historia propia de espías, un empleado infiel de la fábrica de misiles, pasó en forma secreta los códigos a la marina argentina y se logró activarlos. Estos aviones equipados con el Exocet (se disponía de seis) causaron el mayor daño a la flota británica desde la segunda guerra. A tal punto llegó la preocupación que un comando especial de las fuerzas inglesas (SAS) aterrizó en el continente con el fin de destruir los aviones y asesinar a sus pilotos. La misión no logró completarse y la patrulla escapó a través de la frontera con Chile (Larraquy, 2020). Esta delicada situación, punto de partida de esta crónica, refleja hasta qué punto la dependencia tecnológica impacta en el desarrollo de una guerra, pero también en la vida cotidiana de las naciones, enseñanza que la pandemia también nos recuerda.

La cohetería como elemento bélico ya se utilizaba en algunos escenarios tan disímiles como las guerras napoleónicas o la misma batalla de Vuelta de Obligado, donde una lluvia de cohetes de la flota anglo francesa produjo bajas (Pablo de León, 2018).  Para sorpresa de algunos, en el siglo XX ya existían publicaciones y científicos como Teófilo Tabanera, dedicados al estudio de la actividad espacial en la Argentina. Manuel Savio, creador de Fabricaciones Militares, fue uno de los primeros en advertir que un arma de vanguardia alemana, el cohete volador V2, también podía ser útil como método de transporte para alcanzar grandes alturas. Desde entonces, comenzó una tarea de reclutamiento de científicos (algunos buscados por crímenes de guerra en Europa) que hubiesen trabajado en ese proyecto, una iniciativa que tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética ya desarrollaban a todo vapor.

Pioneros: peronismo y surrealismo

Algunos de los científicos que arribaron a Argentina por esas gestiones fueron el francés, Emile Dewoitine, quien participó en la construcción del primer avión a reacción latinoamericano y octavo en el mundo: el Pulqui. El alemán, Reimar Horten, quien creó un modelo de avión conocido como IA-38 (“Naranjero”) y Kurt Tank, alemán, diseñador y piloto de pruebas, quien participó en la creación del Pulqui II, un prototipo de avión caza que fue presentado oficialmente en 1951 en el Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires, acontecimiento registrado por Sucesos Argentinos.

Pese a su desarrollo tecnológico de jet que competía con aviones como el Sabre en Estados Unidos, el Tunnan en Suecia y el Mig-15 en la URSS, nunca fue producido en serie y tan solo se llegaron a  fabricar cinco aviones (Artopoulus, 2012). La inmigración de científicos no solo trajo avances tecnológicos sino historias disparatadas y casi surrealistas.

En 1948 el mismo Tank le recomendó a Perón contratar a un físico llamado Ronald Richter, quien convenció -a casi todos- de haber logrado nada menos que la fusión atómica en un laboratorio secreto de la Isla Huemul, en el lago Nahuel Huapi. El acontecimiento fue anunciado por el gobierno argentino el mismo año 1951, apenas un mes después de la presentación oficial del Pulqui II (Mariscotti, 2016). Pero el descubrimiento no fue tal, Richter fue considerado un charlatán y al poco tiempo el complejo fue cerrado. Hoy la isla Huemul es una potencial atracción turística frente a Playa Bonita.

La Patagonia superpoderosa

En un devenir no lineal de la historia, los sucesos de la isla Huemul y luego la creación del Instituto Balseiro (1955), es posible que hayan promovido la creación de un notable polo tecnológico en la ciudad de Bariloche, y que reúne actualmente el citado Instituto, la empresa INVAP (Radares y satélites) y otras empresas como Intecnus (Medicina nuclear y radioterapia).

Volviendo a la historia espacial de nuestro país, el desarrollo de cohetes que comenzó por esa época no se detuvo: Tábano (1947), PAT-1 (1951), PA X-4 (1953), Martin Fierro 1 1959), Alfa Centauro (1960), Beta Centauro (1961), Proson (1963), Orión (1965), Castor (1969) y sigue la lista.

En un acontecimiento sorprendente de 1965, Argentina se convirtió en el tercer país en el mundo en realizar el lanzamiento de un cohete. Se trató de un experimento para medir la radiación electromagnética a 40 km de altura, en la denominada “Operación Matienzo”. Con sus cohetes Canopus y Riegel, la nación intentaba trasladar cargas útiles a 100 km de altura y los distintos lanzamientos se realizaron desde Mar Chiquita y desde el Chamical entre 1966 a 1974 con resultados promisorios. Parecía que la colocación de un satélite en órbita era un paso posible a mediano plazo. Pero aquí volvemos a la escena de los Exocet que inauguró el relato.

El Cóndor vuela más alto (si lo dejan)

Luego de ese periodo de desarrollo aeroespacial, el proyecto del misil Cóndor pateó el tablero. El diseño de un cohete, en el marco de un programa de satelización, se convirtió (el viraje ocurrió en la guerra de Malvinas) en un misil balístico con alcance de 700 a 800 km (las Islas Malvinas, por ejemplo, están a 550 km de la costa). Se construyó una fábrica para producir el misil en Falda de Carmen, Córdoba, y la financiación se logró con dinero proveniente de Irak, con apoyo de Egipto; al tiempo que se contó con una compleja trama de transferencia tecnológica de Alemania e Italia (Pablo de León, 2017).

Frente a este sorpresivo desarrollo, Estados Unidos -en sintonía con el Reino Unido- comenzó el trabajo de presión para interrumpir el proceso. Con el advenimiento de la democracia, Raúl Alfonsín decidió sostener dos proyectos de la Fuerza Aérea: el avión de entrenamiento Pampa y el misil Cóndor II, que se hizo público en 1987. Pero la presión internacional (Estados Unidos) fue en un aumento decisivo (Granovsky, 1992) y aunque se programó un primer lanzamiento en 1988 en Cabo Raso (Chubut), finalmente fue cancelado por el mismo Alfonsín por pedido de su canciller Dante Caputo.

La historia del misil culminó en el gobierno de Carlos Menem –en el clímax de las relaciones carnales– con el desguace y finalización operativa de todo el proceso y desarrollo: instalaciones, planos, estructuras y recursos humanos altamente calificados. De hecho, en un derrotero penoso, los segmentos del misil, lanzadera y cohetes fueron enviados en secreto a España y luego a los Estados Unidos.

El embajador norteamericano Todman logró así uno de sus objetivos. El operativo de desmantelamiento por arrastre también interrumpió el proyecto aeroespacial con fines civiles, y el plan de lanzar satélites desde un propulsor nacional.

Los avances en las últimas décadas han sido lentos y difíciles: se logró construir en 1996 un satélite enteramente argentino (Mu-Sat-1) en el que intervinieron científicos que habían participado del Cóndor y luego otros satélites. Pero el proyecto de un lanzador propio, anunciado en 1997 (Tronador), ha tenido avances y, sobre todo, retrocesos. El último lanzamiento realizado en 2017 (VEX5A, fabricado en el 2015) fue un ensayo que culminó con la explosión del vector luego de un breve ascenso. Existe actualmente un plan de reactivación espacial de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), que quizás opere como la oportunidad definitiva para que el acceso al espacio se convierta en una realidad a corto plazo, sueño por el cual vienen trabajando contra marea varias generaciones de científicos argentinos.

 

Fuente: Agencia de Noticias Científicas UNQ 

Basura espacial: Una sección de cohete fuera de control impactó en la Luna

Retomando el tema de la basura espacial te contamos desde el descubrimiento hasta las consecuencias del impacto en la Luna de este objeto, considerado un desecho espacial.

A principios de este 2022 -en enero- Bill Gray, un científico especializado en la detección de objetos cercanos a la Tierra (NEOs), visualizó un objeto errante cuya cercanía a la Luna y trayectoria calculada indicaba que acabaría chocando contra ella. Luego de comprobar que era demasiado pequeño para suponer un peligro, el astrónomo comenzó a investigar sobre qué tipo de escombro espacial se trataba. Según sus primeros cálculos, el objeto podía ser una de las fases del cohete Falcon 9 que SpaceX -la compañía espacial del sudafricano Elon Musk- había usado para lanzar el Observatorio Climático del Espacio Profundo (DSCOVR) de la NASA en 2015. Sin embargo, después de analizarlo con los ingenieros a cargo del proyecto, esta opción fue descartada.

Continuando con su investigación, y gracias a la colaboración de otros colegas, Gray identificó que esa pieza de chatarra espacial podría tratarse de un propulsor de cohetes de la misión Chang’e 5-T1 (lanzado en 2014 por China) que no volvió a la Tierra y quedó orbitando en el espacio. Por su parte, el Ministerio de Relaciones Exteriores chino desmintió las acusaciones del astrónomo, asegurando que no se trataba de su cohete, ya que este había reingresado a la atmósfera terrestre y caído en el océano poco después de su lanzamiento.     

 Concretamente, el científico llegó a la conclusión que este “escombro” -que estuvo viajando por el espacio durante más de 7 años- colisionaría con la Luna a unos 9.300 kilómetros por hora, en algún momento del mes de marzo. Finalmente el impacto se produjo a principios de ese mes y si bien se predijo el momento, este no pudo ser grabado ya que tuvo lugar en la cara oculta de la Luna. Solo quedaba entonces encontrar el cráter y, a partir de él, intentar colocar las piezas para conocer la procedencia del objeto.

Meses después de un arduo trabajo de búsqueda, los científicos dieron con el sitio del choque, descubriendo en la imagen algo sorprendente: determinaron que el impacto produjo no uno sino dos cráteres sobre la superficie de nuestro satélite natural. La imagen fue captada por las cámaras del Lunar Reconnaissance Orbiter y muestra un fenómeno raro, pero no imposible. En ella se ve un cráter oriental de 18 metros de diámetro superpuesto a uno occidental de 16 metros de diámetro.

Especialistas de la NASA encontraron los cráteres producidos por el impacto en la superficie lunar luego de meses de minuciosa búsqueda. | Créditos: Hipertextual

Según señalan especialistas, generalmente los impactos de cohetes o naves espaciales no suelen dejar un cráter doble. Para que ello ocurra se necesita o bien un ángulo de impacto bajo o bien dos masas muy distintas en cada extremo del objeto en cuestión. Teniendo la seguridad de que no se trató de la primera opción, la segunda deja en claro que el objeto tenía una conformación que se correspondía con el cohete chino.

Aunque este suceso puede verse como una llamada de atención sobre las consecuencias del aumento de la basura espacial, muchos científicos aseguran que también nos puede dar información casi en tiempo real de cómo reacciona la superficie lunar a este tipo de incidentes, lo que a su vez abre la posibilidad de estudiar y comprender mejor la física de los impactos en el espacio. Esto contribuirá en gran medida a ayudar a los investigadores a interpretar el paisaje árido de la Luna y también los efectos que pueden tener los impactos en la Tierra y otros planetas. 

Sin embargo, si el impacto se hubiese producido sobre un satélite artificial importante o sobre la Estación Espacial Internacional, las consecuencias habrían sido mucho peores por lo que está claro que resulta urgente encontrar la forma de reducir la cantidad de desechos espaciales que se desplazan sin control en las órbitas más próximas a nuestro planeta.

Fuentes e imágenes: MNews e Hipertextual.

Proyectan desarrollar nanosatélites en Misiones

La empresa FANIOT lanzó la primera fase del Programa FANSAT para el desarrollo de nanosatélites con tecnología IOT.

El plan de trabajo de la empresa FANIOT para este 2022 se divide en tres etapas. La primera tendrá como objetivo el desarrollo de antenas para el seguimiento y control de las unidades satelitales. La segunda y la tercera, se centrarán en la construcción de los dos primeros nanosatélites, y del control de misión y lanzamiento, respectivamente. La puesta en órbita de ambos nanosatélites está prevista para fin de año.

Créditos: FANIOT

Ahora bien… ¿Sabés qué es un satélite? En astronomía, un satélite es un objeto que orbita (da vueltas) alrededor de un planeta u otro objeto celeste. Pueden ser satélites naturales -como la Luna es de la Tierra- o satélites artificiales cuando se trata de los que son puestos en órbita por la humanidad y cumplen con algún propósito científico o tecnológico.

Por su parte, los nanosatélites son aquellos satélites cuya  masa va desde 1 kilogramo hasta los 10 kilogramos. Además, su particularidad es que operan en órbitas bajas de entre 400 kilómetros y 1000 kilómetros y asumen misiones muy específicas como la observación de la Tierra y/o sus factores meteorológicos, o funciones de telecomunicaciones, entre otros usos.

Los nanosatélites que prevé desarrollar FANIOT estarán conformados por dos unidades. La primera estará integrada con piezas y partes importadas, mientras que la segunda contará con tecnología 100% argentina que será desarrollada en las instalaciones de FANSAT en la provincia de Misiones y cuyo objetivo será testear su funcionamiento en el espacio. 

Una vez probados sus componentes la función de los dispositivos estará orientada a la recepción y el envío de datos de sensores en Tierra con sistemas embebidos IOT, con cobertura federal y con múltiples aplicaciones en diferentes segmentos de la industria y la educación. En la provincia utilizarán estos dispositivos para medir la humedad del suelo y la cantidad de dióxido de carbono que emite la selva misionera.

El Programa FANSAT, que cuenta con el apoyo económico del Consejo Federal de Ciencia y Tecnología,  es llevado adelante por el consorcio público privado FANIOT junto a la Universidad Nacional de Misiones.

Enterate más sobre la evolución de este proyecto acá: https://bit.ly/3wnuRN5

Fuente e imagen: FANIOT.