«Educando al Cerebro» es una jornada de divulgación científica -conducida por Fabricio Ballarini– para construir puentes entre el sistema científico y el educativo. En esta edición participarán: Pedro Bekinschtein, Eugenia López, Guido Rimati, Juan Manuel Carballeda, Florencia Labombarda, Sol Despeinada y Matías Cadaveira.
Durante la charla se analizarán los avances científicos en educación, aprendizaje, pedagogía y neurociencia, con educadoras, educadores, investigadoras e investigadores, apuntando a promover el intercambio de información y a fortalecer el nexo entre las comunidades científica y académica.
Educando al Cerebro es una iniciativa promovida por un grupo de científicas y científicos en pos de un único objetivo: acortar la brecha entre el sistema científico y la sociedad, especialmente entre quienes generan conocimiento relevante sobre los procesos educativos y los educadores. Con información útil y aplicable en las actividades cotidianas del ámbito educativo, “Educando al Cerebro” intenta mejorar las habilidades en la enseñanza y el aprendizaje de los alumnos.
Desde el 2013, “Educando al Cerebro” realizó más de 30 jornadas y talleres en Argentina, Uruguay y España con la participación de más de 50 oradoras y oradores de todas las ramas del conocimiento.
El fenómeno de los gusanos musicales: los impactos que generan y las claves para librarse de ellos. Las compañías los utilizan como artilugio de marketing.
Dicen que la música es la medicina para el alma y el cuerpo porque activa más partes del cerebro que cualquier otro estímulo humano. Pero ¿qué pasa cuando esa música comienza a taladrar la cabeza de manera insoportable? Hay melodías, simples, rítmicas, repetitivas y pegadizas, capaces de infectar el cerebro como un virus: son los gusanos auditivos, un término adoptado a partir de la traducción literal del vocablo alemán ohrwurm, que plasma de un modo gráfico su naturaleza invasora. En la literatura científica este fenómeno también recibe el nombre de “imaginería musical involuntaria”, composiciones musicales que se quedan adheridas al córtex auditivo del cerebro -encargado de procesar los sonidos- y la necesidad de tararear estas canciones funciona como una especie de “picor mental”, que solo se alivia repitiendo una y otra vez la melodía, y cuyo efecto puede durar horas o días.
Pedro Bekinschtein, biólogo investigador de Conicet, lo explica así: “Estos fragmentos de melodías o canciones, que se repiten en nuestra cabeza sin nuestro control, se conocen científicamente como ´imaginería musical involuntaria´ o simplemente ´gusanos auditivos´ y se estima que más del 90 por ciento de la gente es afectada por estos bichos imaginarios al menos una vez por semana”.
El factor primordial para que se pegue una canción es haberla escuchado recientemente y que sus componentes coincidan con algunas características como la repetición, la simplicidad y los cambios de ritmo inesperados, con un compás irregular. También se relaciona con el momento en que la melodía llega a los oídos. Ocurre con frecuencia cuando se realizan tareas que no consumen recursos cognitivos, por ejemplo, caminar, manejar y limpiar la casa.
Pero no todo es tan malo, la molestia viene con algunos beneficios, ya que estas melodías activan receptores opiáceos del sistema nervioso, que intervienen en el placer y desencadenan la liberación de la dopamina, la misma hormona de la comida o del sexo. En esa dirección, entre los beneficios de estos gusanos, Bekinschtein destaca que “la música regula nuestro estado de ánimo, así que los gusanos podrían hacernos sentir mejor porque suelen ser partes de canciones con ritmos rápidos y energéticos que suelen levantar el ánimo”. Además, están asociados al almacenamiento de información. Más allá de la melodía que se taladra en la corteza auditiva, los eventos asociados a esas canciones se almacenan mejor que los que no lo están. “Muchas personas reportan que los gusanos auditivos se desencadenan por algún recordatorio como una música parecida, una foto relacionada o un lugar en el que lo escucharon”, explica.
Y aclara que “el lado oscuro” de esto se asocia levemente con rasgos obsesivo-compulsivos. O sea, si tenés gusanos musicales ¿tenés un TOC? “No, quizás solo seas un poco ´obse´ con esa manchita en la pared que no sale y tiene la cara de la reina de Inglaterra. El otro lado oscuro de los gusanos auditivos es que a algunas personas les perturba el sueño. Por ejemplo, esa canción de la publicidad de colchones que se repite hasta el infinito e, irónicamente, no te deja dormir”.
Algunas claves para eliminar el bicho
Una pregunta particularmente interesante sobre estas repeticiones es cómo deshacerse de ellas. Existen algunas propuestas exitosas que pueden funcionar.
Las personas que experimentan este gusano auditivo normalmente no conocen la canción completa, lo que dificulta poder terminarla. En ese sentido, una de las estrategias que se recomiendan para librarse es aprender la canción, cantarla completa, desde el principio hasta el final, para poder salir del bucle.
Otro recurso que se suele usar es ponerle obstáculos e interferencias. El hecho de masticar y usar los músculos de la articulación vocal y los circuitos neuronales asociados impiden la subvocalización que se hace cuando se cuela una canción en la cabeza. En esa línea, también se recomienda acentuar tareas que interfieran con el gusano auditivo. Las más efectivas son las tareas que implican vocalización (hablar en voz alta): hablar con alguien y practicar trabalenguas pueden funcionar.
Otra estrategia muy usada es colocar una goma elástica en la muñeca y dar pequeños tirones cada vez que aparece la melodía. Algo que, probablemente, recluta nuevos componentes sensoriales, como un ligero dolor.
Como sea, lo cierto es que estas melodías pegadizas, que se vuelven neurológicamente irresistibles y que son casi imposibles de desterrar de la mente, que se incrustan en el cerebro y pueden asediarlo sin compasión durante horas, días e incluso meses, más temprano que tarde, terminan por desaparecer.
Cuando pensamos en una persona, cualquier ser humano, solemos imaginarnos un ser vivo que camina sobre dos piernas, erguido gracias a una columna vertebral, dos brazos con cinco dedos en cada mano y que se sostiene en equilibrio por los cinco dedos en cada uno de los pies. Puede que usted tenga recuerdos de la escuela, cuando estudió evolución y cómo llegamos a ser el homo sapiens que somos hoy en día. ¿Por qué tenemos cinco dedos en cada pie?, ¿Por qué nuestra columna vertebral se compone de 26 vértebras?, ¿Algún día ocurrirá que desaparezca nuestro dedo chiquito del pie?, ¿Cómo nos vamos a ver los homo sapiens en el futuro lejano?
Empecemos por ponernos de acuerdo con un concepto central…. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de ‘evolución’?
La forma moderna de entender el fenómeno de la evolución suele atribuirse a Charles Darwin (Carlos Darwin para los amigos), a partir de la publicación de su libro El Origen de las Especies en 1859. La realidad es que la teoría de Carlos no salió de un repollo, los aportes de autores como Malthus, Lyell, De Candolle y Lamarck, entre otros, hicieron posible que alcancemos los conocimientos que tenemos hoy del tema. Ellos observaron que una población aumentaba cuando sus individuos se reproducían hasta llegar a un punto en donde empezaban a faltar recursos; la falta de recursos los obligaba a competir entre sí y, como éstos no eran todos iguales sino que presentaban variabilidad, algunos resultaban más aptos para sobrevivir y reproducirse que otros. A ese proceso lo llamaron selección natural.
Por ejemplo, dentro de un grupo de venados podría haber algunos que tengan músculos más grandes que otros, y eso les daría la habilidad de correr más rápido y escapar de sus depredadores. Esto generaría que entonces ese grupo de venados tenga más chances de sobrevivir que el resto y, por lo tanto, sean los que dejen descendencia. Como resultado, en un futuro, las próximas generaciones de venados tendrían esta característica que les da ventaja.
Ahora… ¿Esto pasa siempre y en cualquier circunstancia? Bueno, no. En realidad lo que permite que suceda esta “supervivencia de los seres más aptos” es el ambiente en el que viven. Si los venados se encontraran en un ambiente sin depredadores, daría igual la rapidez al correr y entonces la supervivencia pasaría por otras características, como, por ejemplo, la tolerancia al hambre o preferencias al momento del apareamiento.
En el caso de los seres humanos, tenemos la capacidad de modificar el contexto que nos rodea, lo que nos ha permitido disminuir las condiciones que limitan quienes sobreviven y por lo tanto que podrían afectar nuestra población. Comodidades como el agua potable, las vacunas, tratamientos médicos, la producción de alimentos o la falta de depredadores permite que no tengamos que adaptarnos a ciertas limitaciones. Esto podría dar lugar a otro tipo de problemas, como la superpoblación, algo que de hecho sucede pero que dejaremos para discutir en futuras columnas.
Entonces, ¿vamos a mantenernos iguales por los siglos de los siglos?
No precisamente, dado que nuestra habilidad para hacer que el contexto se adapte a nosotros en vez de nosotros al contexto es amplia pero no infinita. Tanto bacterias como virus seguirán existiendo, también el cambio climático y muchos otros condicionantes que pueden impactar sobre nosotros. Resulta muy difícil, por no decir imposible, predecir con exactitud nuestro futuro evolutivo; sin embargo, sí podemos analizar algunas inquietudes populares.
Crédito: Ciencia Anti Fake News
¿Cuántas veces oyó decir que vamos a perder nuestro dedo meñique del pie? Noticias en radio y televisión, charlas de sobremesa o textos en redes sociales asegurando que en cualquier momento empezarán a nacer personas sin dedos meñiques de los pies porque ya no tienen el uso de pinza de tiempos prehistóricos. La idea en el imaginario colectivo que sostiene que lo que no se usa, se pierde, suele atribuirse a Lamarck. Las ideas de Lamarck (y otros autores de la época) se basaban en que el entorno creaba en los seres vivos una necesidad de cambiar y luego estas modificaciones eran heredadas por su descendencia. Volviendo al ejemplo de los venados, esto significaría que los individuos más lentos mejorarían en vida sus músculos para poder correr más rápido y evitar ser comidos, y que esa característica sería transmitida a su progenie. Hoy en día, estas ideas se encuentran desplazadas frente al pensamiento “darwiniano”, dada la abrumadora cantidad de evidencia que soporta a este último por encima del anterior. Existe, sin embargo, una rama de la biología en donde ciertos postulados “lamarckianos” han sido revalorizados, llamada epigenética. Veremos más al respecto en futuras columnas.
Por otra parte, si bien no parece probable que vayamos a estar perdiendo dedos en un futuro cercano, sí se ha encontrado evidencia que sugiere que hace no tanto tiempo perdimos… la cola. Un trabajo preliminar publicado recientemente describe las que podrían ser las bases moleculares que explican por qué los humanos (y otros homínidos) no tenemos cola. En esencia, la culpa parece ser de una mutación en un gen llamado TBXT. En criollo, esto quiere decir que hubo un cambio en nuestra información genética que por razones desconocidas resultó favorecedora para nuestra especie. Los autores especulan con que la pérdida de la cola haya beneficiado la movilidad para un estilo de vida que se alejó de la altura de los árboles.
Para saber cómo seremos en algunos miles o millones de años (así de largos son los tiempos de la evolución), tendremos que esperar. Sin embargo, hay mucho para seguir aprendiendo respecto de cómo somos hoy en día. Para eso… ¡te esperamos en nuestra próxima entrega!