En su nuevo libro “Las neuronas de Dios”, el biólogo y divulgador científico Diego Golombek explora un nuevo enfoque basado en la neurociencia de la religión.
¿Sirve la neurociencia para explicar los fenómenos religiosos? El investigador principal del CONICET, Diego Golombek, se propuso investigar si en las creencias hay un fenómeno biológico subyacente. En dos entrevistas brindadas a Página12 y a El Espectador (de Colombia), el biólogo y profesor de la Universidad Nacional de Quilmes explicó un poco más sobre las investigaciones que realizó y que después plasmó en su reciente libro.
“Uno se puede sorprender de que haya un porcentaje tan alto de la población mundial que tenga creencias en lo sobrenatural, y que de éstos, un porcentaje muy alto organice esas creencias de manera social en forma de una religión. Estamos hablando de un 85% a un 90% de la población. Esto podría considerarse como un efecto cultural o social, pero sin embargo, números tan altos, tan desparramados y tan mantenidos en términos geográficos e históricos, permiten pensar en una hipótesis de que puede llegar a haber algo biológico en la propensión a creer en lo sobrenatural. Tirando de ese hilo aparecen un montón de investigaciones que proponen algo parecido, y si estamos hablando de creencias y de comportamientos, lo que subyace a esto es la interacción entre la biología y el ambiente. La biología en este caso está representada por el cerebro. De ahí surge la neurobiología o neurociencia de la religión”, explica Golombek.
“A mucha gente la religión la ayuda. Incluso hay evidencias de que tiene efectos positivos sobre el estrés, sobre la ansiedad y sobre la salud en general. Está claro que creyentes o no creyentes, religiosos o no religiosos, todos tenemos preguntas existenciales. Qué hacemos acá, para qué estamos, por qué la tenemos que pelear todos los días. Muchos se preguntan también por la finitud de la vida, la muerte, ese tipo de cuestiones. La religión da respuestas a esto”, profundiza el biólogo.
En su libro Golombek postula que “la predisposición a algún tipo de creencia en Dios viene de fábrica” ya que “hay evidencias de que tenemos cierta mirada innata sobre las cuestiones morales y éticas” y ejemplifica: “Si hacés experimentos con niñas y niños prelenguaje, y les mostrás escenas con peleas entre figuras o entes abstractos, y hay unos que los ayudan y otros que no, se percibe una respuesta hacia los que ayudan como lo que estaría ‘bien’. Esto quiere decir que posiblemente haya un cableado, mantenido a lo largo de la evolución, sobre una cuestión moral o ética. Por lo tanto puede que venga de fábrica, pero al mismo tiempo es una construcción humana. Todo lo que nos pasa es un diálogo permanente entre lo que traemos de fábrica y lo que hacemos con eso. Ambiente, cultura, educación, familia. Y también la creencia en lo sobrenatural”, amplía.
Para explicar la evidencia biológica detrás de las creencias, Golombek las vincula a un fenómeno innato, natural, y no únicamente cultural y ambiental como comúnmente se piensa: “Las evidencias dicen que existen áreas del cerebro que se activan cuando las personas tienen experiencias místicas o rezan de forma repetitiva. Además, dichas áreas se pueden activar de forma patológica. En ciertos episodios de epilepsia se generan este tipo de fenómenos de religiosidad. Los grandes místicos de la historia probablemente han sido epilépticos; Juana de Arco, el indio mexicano Juan Diego, la monja Hildegarda, si uno lee atentamente lo que les pasaba, posiblemente tenían algún tipo de epilepsia en áreas del cerebro que tienen que ver con los fenómenos místicos”.
“La propensión a creer en lo sobrenatural es genética y seguramente nos acompaña desde los comienzos de la humanidad como un seguro evolutivo: por las dudas creamos que hay algo más para salir corriendo si es necesario. Además, la creencia nos ayuda a mitigar grandes angustias existenciales por la muerte y lo desconocido, que siempre han agobiado al ser humano”, señala Golombek.
Respecto a si la ciencia puede tomar en serio las experiencias religiosas, Golombek sostiene: “Siempre pensamos que quienes las experimentan están un poco locos, pero la gente efectivamente ve esas cosas. Una persona que tiene una experiencia mística, la tiene de verdad, para esa persona esa experiencia es real. Por supuesto, desde una perspectiva científica uno no puede aceptar presencias sobrenaturales, la ciencia se basa en lo natural. Sin embargo, dado que para esas personas en ese momento es algo real y aparece en su cerebro, la ciencia tiene la obligación de tratar de explicar qué está sucediendo en él”.