Descubierto un nuevo tipo de bacteria en los delfines rosas de la Amazonia brasileña

Por SINC.

Un equipo científico internacional con participación española ha detectado el ADN de una bacteria del género Mycoplasma en la sangre de dos especies de delfines que habitan los ríos y lagos de la selva amazónica. Hasta ahora, estas bacterias solo se conocían en especies terrestres, en las que puede causar anemia, fiebre y hasta la muerte. 

Una investigación en la que participa el Centro de Investigación en Sanidad Animal (INIA-CSIC) ha descubierto un nuevo tipo de bacteria en la sangre de delfines rosas de la Amazonia. Los hallazgos han sido publicados en la revista Emerging Infectious Diseases.

Delfín rosa amazónico (Inia greoffrensis). / AMPA

Los investigadores han detectado el ADN de una bacteria del género Mycoplasma y hemotrófica (se nutre de sangre) en dos especies de delfines que habitan los ríos y lagos de la selva amazónica: el delfín rosa de Bolivia (Inia boliviensis) y el delfín rosa amazónico (Inia geoffrensis), en más del 60 % de los animales analizados, principalmente en los adultos. También estudiaron su presencia en manatíes amazónicos (Trichechus inunguis), especie más emparentada con el elefante que con los delfines, siendo todos ellos negativos.

Para llevar a cabo el estudio, los científicos tuvieron que capturar a los delfines rosas en los ríos y lagos de la selva brasileña, con la ayuda de antiguos pescadores, ahora convertidos en aliados para su preservación.

Animales muy inteligentes

Según los investigadores, el proceso no fue fácil, ya que estos animales son muy inteligentes y aprendían rápidamente dónde estaban situadas las redes, lo que obligaba a recorrer los ríos durante varios días para cambiarlas constantemente de lugar. Para evitar estresar demasiado a los animales el equipo contaba con veterinarios experimentados y tomaba rápidamente las muestras. En el caso de los manatíes amazónicos, las muestras de sangre las facilitó un centro de conservación de la especie localizado en la ciudad de Manaos, que recibe principalmente animales huérfanos.

Los micoplasmas hemotróficos son pequeñas bacterias que generalmente se encuentran en la sangre de los mamíferos y hasta ahora tan solo se conocían en especies terrestres, incluyendo a los humanos, y en leones marinos.

Según Aricia Duarte Benvenuto, primera autora de este trabajo “Aún no está claro el mecanismo de transmisión de estas bacterias: en los animales terrestres sospechamos que los vectores como las garrapatas pueden jugar un papel importante, pero el descubrimiento de esta bacteria en delfines, especies estrictamente acuáticas, abre nuevas posibilidades”, quien añade que se necesita más información para conocer su impacto real sobre la salud de los delfines rosas.

Ríos contaminados

Los delfines rosas y los manatíes están considerados excelentes indicadores de la salud de la selva. En la actualidad, estas especies están amenazadas y se enfrentan a numerosos peligros, como los cada vez más frecuentes incendios forestales provocados, la contaminación de los ríos con mercurio utilizado en la extracción de oro, la transformación de la selva en pastizales para las vacas y el cambio climático, que provoca sequías cada vez más intensas en la región. Además, en algunas zonas cazan ilegalmente a los delfines rosas para utilizarlos como cebo para la pesca de la piracatinga (Calophysus macropterus), un pez con gran valor comercial.

Según Carlos Sacristán Yagüe, veterinario del INIA-CSIC que también ha participado en el trabajo, “el estudio de los agentes infecciosos que afectan a la fauna silvestre es esencial para su conservación; en el caso de los delfines de río estamos comenzando. En un trabajo anterior descubrimos dos herpesvirus diferentes y a estos se suma ahora esta bacteria, posiblemente una nueva especie».

Referencia:
Duarte-Benvenuto A et al. «Hemotropic Mycoplasma spp. in Aquatic Mammals, Amazon Basin, Brazil». Emerging Infectious Diseases

Fuente: SINC.

La ciencia escondida detrás de los bostezos: ¿por qué son “contagiosos”?

POR María Ximena Perez para AGENCIA DE NOTICIAS CIENTÍFICAS UNQ

Aunque se asocian al aburrimiento parecen activar el cerebro. Los datos científicos que explican por qué este comportamiento es innato e irresistible.

Cuando Marcelo está cansado, bosteza. Pero también bosteza cuando se despierta después de dormir toda la noche. Al igual que Nicolás, que bosteza cuando está aburrido, pero también cuando está ansioso, hambriento o a punto de comenzar una nueva actividad. Lo curioso es que cuando bosteza Marcelo, inmediatamente también bosteza Magalí, que está a su lado. Y luego, al ver como ella abre su boca de par en par, inspira profundo y lagrimea, inevitablemente, también bosteza Ana. 

El bostezo, que se inicia en el feto materno, no es exclusivo del ser humano: ocurre tanto en personas como en algunos animales. Crédito: UNAM.

¿Por qué se contagia el bostezo? ¿Cuál es la naturaleza de este comportamiento innato y contagioso que no requiere de aprendizaje previo? 

En diálogo con la Agencia de noticias científicas de la UNQSantiago Plano, investigador del Laboratorio de Cronobiología de la UNQ y del Instituto de Investigaciones Biomédicas del Conicet, lo explica así: “El bostezo es un movimiento involuntario que involucra, además de abrir grande la boca y respirar pausado, un estiramiento muscular con extensión de la porción cervical de la columna, un cierre de ojos y lagrimeo”. 

Algo característico de este acto es que no se puede bostezar a medias, ya que, como toda pauta fija de acción del organismo, posee una intensidad característica, no se lo puede contener y llega en tandas.

¿Qué pasa en el cuerpo al bostezar? Si bien está relacionado con la fatiga, estudios recientes demostraron que “podría relacionarse con el estrés, el peligro y también con algunas enfermedades”. Al bostezar se expande y contrae el seno maxilar, ubicado en los pómulos, y esto bombea sangre al cerebro. “Se cree que esto ayuda no solo a suministrarle oxígeno y nutrientes al cerebro sino, además a enfriarlo, favore un correcto funcionamiento y una mejor respuesta ante estresores”.

En cadena y por empatía

Existen diversas investigaciones donde se demuestra una correlación entre una capacidad básica para la empatía y el fenómeno del contagio de bostezo. Por ejemplo, ciertas personas con dificultades para establecer relaciones interpersonales debido a alguna patología o a una lesión cerebral, no suelen bostezar cuando ven a alguien hacerlo. Pruebas similares se están realizando con enfermos de Alzheimer. Además, todo apunta a que es necesario el desarrollo de ciertas estructuras neuronales, ya que  tampoco se produce contagio antes de los dos años de edad.

Podría pensarse que el contagio, que puede darse por solo oír a alguien bostezar o ver una foto de alguien bostezando, ayuda a un grupo a estar sincronizado, poniéndolos en un corto periodo de tiempo en una situación de mayor alerta, o al menos con el cerebro más oxigenado y fresco para actuar ante algún evento. 

Al parecer, el efecto contagio se desencadena automáticamente por reflejos primitivos en un área del cerebro responsable de la función motora. Y en él intervienen las llamadas neuronas espejo, relacionadas con la capacidad de sentir empatía hacia otras personas, y también con la de aprender nuevas habilidades mediante la imitación.

Siguiendo esa línea, Plano asegura que “en este contagio pueden estar involucradas las famosas neuronas espejo, que se activan al imitar un movimiento y son responsables de la empatía entre humanos”.

Resistirse es en vano

Según un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Nottingham, en Reino Unido, se comprobó que reprimir un bostezo aumenta las ganas de hacerlo. Para demostrarlo dividieron a los participantes en dos grupos y les mostraron imágenes de varias personas bostezando. A unos les pidieron que actuaran con naturalidad y a los otros que intentaran reprimir las ganas de bostezar. Todos fueron monitorizados para observar las reacciones que se producían en su cerebro, y se contabilizó el número de veces que bostezaban. El resultado fue que los que intentaron frenar los bostezos, no solo sintieron más necesidad de bostezar sino que al final lo hicieron más veces.

Con todo, lo cierto es que todavía no se encontró una explicación definitiva sobre la función que tiene este gesto común que el ser humano comparte con otros mamíferos.

Fuente: Agencia de Noticias Científicas UNQ

Selfies mortales

La búsqueda de las mejores fotos para compartir en redes sociales puede llevar a las personas a exponerse a situaciones de peligro extremo, incluso con consecuencias fatales. ¿Vale la pena el riesgo para conseguir más “likes”?

Según informes de la fundación española IO, especialista en medicina del viajero, desde 2008, la tendencia de tomarse selfies extremas se cobró la vida de más de 500 personas, una de cada tres, cuando estaban de viaje. Las principales razones detrás de estas tragedias resultan caídas desde grandes alturas, incidentes relacionados con medios de transporte y trágicos ahogamientos. Muchas de estas pérdidas de vidas pueden atribuirse a turistas que, a menudo, toman riesgos en entornos desconocidos. Por eso resulta fundamental que los profesionales de la salud y la seguridad en viajes incluyan en sus recomendaciones la práctica de «selfies responsables» como parte de la orientación a los viajeros.

En nuestro país, el caso más reciente se remonta a febrero de 2023, cuando una turista bonaerense de 41 años perdió el equilibrio al querer sacarse una selfie, cayó al río Los Sosa en Tucumán, fue arrastrada por la intensa corriente y se ahogó. Días antes, en enero, un ciudadano español de 39 años murió al caer de un acantilado de 20 metros en la zona sur de Mar del Plata mientras intentaba tomarse una selfie con su celular. En diciembre de 2022, una mujer de 39 años corrió la misma suerte al caer de una altura de 100 metros en el cañón del Atuel, en la localidad mendocina de San Rafael.

Recientemente, en otras partes del mundo, podemos citar el caso del funcionario indio que murió tras ser golpeado por las hélices de un helicóptero al intentar sacarse una foto con la aeronave en abril, o el de un turista británico que cayó de una altura de 100 metros al querer lograr una selfie en la Stairway to heaven (escalera al cielo), una de las principales atracciones de las montañas de Dachstein en Austria. 

También encontramos incidentes como el del jóven trabajador de 26 años que se ahogó en las cataratas Gicheru en Kenia luego de caer al río Kiringa y ser arrastrado por la corriente en septiembre pasado; o el de la veinteañera estudiante de medicina que murió en idénticas circunstancias luego de caer al manantial natural Sahasradhara en el norte de la India en agosto.

Respecto a estadísticas mundiales -aportadas por el proyecto Heimdllrla India encabeza el ranking de muertes en situación de selfie seguida por Estados Unidos, Rusia, España y Pakistán. Por su parte, Brasil, Italia, Australia, Indonesia y México completan el top 10, mientras que la Argentina se encuentra en el puesto 18 antecedida por países como Chile, Reino Unido, Canadá y China, entre otros. Por otro lado, la edad promedio de las personas muertas ronda los 24 años, mientras que en cuanto a la ocurrencia de sucesos, las caídas desde grandes alturas abarcan el 49.9%, seguidos por el 28,4% de casos relacionados a incidentes con medios de transporte y al 13,5% por ahogamiento. (Más info).

           

De esta manera, viendo la sucesión creciente de hechos similares vale preguntarnos: ¿Qué impulsa a las personas a arriesgarse en busca del encuadre más original que les asegure más «likes» y las diferencie de la avalancha de imágenes que circulan en las redes sociales?

Esteban Di Paola, sociólogo, investigador del CONICET, profesor de la UBA y especialista en el estudio de las condiciones que influyen en la formación de la identidad individual a través de imágenes, argumenta que los límites en nuestra forma de relacionarnos con el mundo y con otros individuos se han corrido. El profesional explicó que en muchos casos, la prioridad recae en la creación de una imagen de uno mismo al conseguir la toma perfecta para una selfie con el fin construir una presencia destacada en las redes sociales

Así, diseñar la imagen en las redes sociales es una labor que requiere tiempo. En este proceso, las personas ganan una especie de «prestigio de aparición». Según la opinión de Di Paola, en la actualidad, las conexiones sociales no están necesariamente destinadas, por ejemplo, a conseguir empleo o una beca para la universidad, sino a destacar en ciertos círculos frente a audiencias específicas. En relación a esta nueva cultura de las selfies, Di Paola destaca que hace 40 años, la ambición de un joven era asegurarse un buen trabajo y formar una familia pero esas metas ya no son tan prevalentes, ahora la aspiración se centra en pertenecer a espacios públicos específicos donde se pueda mostrar algo, donde se pueda construir una imagen de uno mismo.

Según Luciano Lutereau, doctor en Psicología y Filosofía de la UBA, donde ejerce como docente e investigador, las personas que se toman selfies en situaciones peligrosas no suelen considerar el riesgo de muerte. A medida que se desarrolla la pulsión erótica exhibicionista, los instintos de autoconservación disminuyen. En este proceso, la preocupación por preservar la propia seguridad se ve eclipsada por el deseo de validar una imagen personal grandiosa y encontrar validación en uno mismo.

Lutereau argumenta que las selfies compartidas en las redes sociales generan un tipo de recompensa imaginaria donde a veces, este beneficio imaginario es más importante que cualquier reconocimiento simbólico. El problema es que este beneficio carece de una base real. Además, lo simbólico no se convierte en una realidad tangible, como la carrera de alguien que se consolida en una posición debido a su esfuerzo. En cambio, en la satisfacción imaginaria, al no tener un anclaje real de esa imagen, surgen tendencias a la adicción. Muchos influencers se vuelven adictos a sus publicaciones, a mostrarse constantemente y a crear contenido para la web sin cesar. Lutereau señala que esta frenética actividad se debe a la falta de un respaldo simbólico al cual puedan regresar; por lo tanto, deben mantenerse produciendo contenido de manera constante.

En el mundo actual, donde la subjetividad y la construcción de la imagen personal predominan, un influencer, respaldado por una cierta retórica, puede tener un impacto mucho mayor en determinados campos del conocimiento que una persona que haya invertido en formación y estudios.

La gratificación, ya sea imaginaria o real, de pertenecer a un determinado grupo o de mostrarse feliz en fotos inesperadas, a menudo se traduce en la búsqueda de esos codiciados «likes», los cuales obsesionan a algunos y están relacionados con la liberación de dopamina. Lucía Crivelli, jefa de Neuropsicología de Fleni e investigadora del CONICET, relata que un estudio realizado en adolescentes y publicado por la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) demostró que recibir una gran cantidad de ‘likes’ activa las regiones del cerebro asociadas al procesamiento de recompensas, lo que desencadena la liberación de dopamina. La dopamina, a menudo llamada la ‘hormona del bienestar’, genera sensaciones placenteras.

En esta época de cambio, vemos cómo se promueve la idea de ser un modelo para los demás, que a menudo se trata de una visión hedonista narcisista. En la cultura actual, estar activo en las redes sociales implica asumir ciertos riesgos, y destacarse ya no se relaciona con los valores tradicionales. Cultivar una imagen pública y ganar prestigio parece que se ha vuelto más importante incluso que la propia vida.